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| Rebecca Dautremer |
Despierta, y ya es primavera.
Huele a café recién hecho, y el aroma impregna las paredes
de mi cuarto pintadas de tímidos rayitos de sol y la nostalgia de la luna.
Me quedo mirando la taza, un rato, lo justo; y sonrío. Mi
cara también es primavera.
Mi hermano deambula cómo de sábado por la cocina, y yo,
frente al café, como de resaca de un otoño que hubiera acabado la noche
anterior.
Me muevo entre la espuma de las olas que se forman con la
leche muy caliente, sacando la cabeza a veces para respirar, para no ahogarme.
Y me acuerdo, joder, claro que me acuerdo de los cuentos, y
de las canciones, y de los bailes en la terraza a las 5 de la tarde como si
fueran de la mañana. Vestía de sonrisa de verano, calzaba cervecita en mano, y
la mente volaba, volaba a través de los ojos achinados.
Pero ya no, porque escucha, despierta, que ya es primavera.
Que ahora no me da por aguantar la respiración con Sabina,
ni por cerrar los ojos con Chaouen, ni por sonreír dándole vueltas a los buenos
ratos.
Que ahora los despertares saben a chupitos de absenta y
mezcla de piruleta, y qué mareo pensar en el futuro. Y al final, solo es
cuestión terminarme el café, porque ¿sabes?
Ya es primavera…

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