6 horas de sueño en la cama y 19 de sueño en la calle.
Vivo con la hora pegada al culo aunque nunca llevo reloj en
la muñeca.
Qué desperdicio las vidas que pierden el tiempo y joder que
frío hace en mi casa desde que ya no estás en mi vida.
Me acuesto tiritando todas las noches, aunque me tome cafés
calentitos antes de dormir.
Y últimamente me está empezando a caer mal la almohada.
Hay un montón de perros ladrando en mi cabeza, quizá esté de
resaca porque no me acuerdo de haber bebido y estoy pensando demasiadas tonterías
para ser tan temprano.
Intento leer páginas en blanco, para entender en qué jodido
momento decidí dejar de escribir la historia de nuestras vidas. Y siempre el
entendimiento es la persiana que se baja cuando pega más el sol.
Son las 21:18 y debería estar estudiando. Debería haber
hecho muchas cosas hoy, pero hace demasiado frío es la excusa perfecta (y la
más idiota que se me ocurre).
“Mañana, tal vez mañana” es cuando diría todas esas cosas, y
me hago la valiente temblándome las piernas, por eso aún no lo he dicho. Porque
no me gusta temblar si no es por frío o es cuando tengo un orgasmo.
Acabo de posar mis inquietudes en mi vaso de café, para
bebérmelas a cada minuto.
Paso de pedir explicaciones al escaparate que ayer anunciaba
que por la mañana habría un alma en oferta de edición limitada y un corazón en
rebajas. Paso.
Tengo nervios de tranquilidad y una mirada al frente,
dispuesta a coger las armas como vuelvas a robarme el sueño.
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