martes, 3 de abril de 2012

Corten Cristales


Puede que realmente me falten las palabras para escribir mi próximo paseo.

Puede que mire por la ventana, y vea lo mismo de siempre. Coches y más coches, paseantes, niños agarrados a la mano de su padre, parejas de la mano, manos solitarias.

Tener vocación de rutina es una enfermedad que no aparece en los manuales.

Pruebo a parpadear para humedecer los cristales de mis ojos.

Y entonces veo árboles que caminan a toda prisa, vestidos con pajaritos y algún que otro adorno floral. Edificios resultones que maquillan para mi vista sus paredes.
Me pregunto cuánto de sensible puede volverse uno cuando se habla a sí mismo. Cuánto de solo.
La realidad se me antoja un montaje en los cristales de este autobús, y yo sueño con los ojos abiertos porque hace tiempo alguien me dijo que apartar la mirada es cosa de cobardes y marionetas.

Yo estoy sentada y me dejo llevar en el abrazo del asiento, y en el abrazo de la señora de enfrente, que mira con la dulzura de una madre. Todo se me vuelve un eterno deja-vú, de cuando aún no eres  ni medio proyecto de persona, y permaneces tranquilo porque no hace falta moverse para conseguir nada.

Pero ahora no, ahora busco algo que moje mis papeles, que me los haga perder; y no son lágrimas.
Quizá sea esa fuente, en medio de hierba y asfalto, que derrocha agua a borbotones.
Solo son torpes intentos de calar a las personas secas de vida, tal vez como tú, tal vez como yo.
Será que la vida no es más que este vacío en el estómago, que se va haciendo grande por cada silencio que me callo; pero que quieres que te diga, tampoco procuro entenderlo

Todos saben que el agua caerá de nuevo, volverá a sus tubitos, y brotará una vez más.
La diferencia es que se hace de noche, y se vuelve multicolor. Quizá se pone guapa para salir de fiesta, pero a mí sigue sin mojarme.

Así que ahora me puedo bañar los ojos en mil fantasías cromáticas, y bailar de contento en este nuevo paisaje nocturno.
O puedo apretar el botón; y levantarme de una vez y por todas, para comenzar a dejar de ver la vida tras el cristal de otros, esta vez sin miedo a ahogarme.


Parada solicitada (y tanto que lo es).

Ya es primavera


Rebecca Dautremer


Despierta, y ya es primavera.

Huele a café recién hecho, y el aroma impregna las paredes de mi cuarto pintadas de tímidos rayitos de sol y la nostalgia de la luna.
Me quedo mirando la taza, un rato, lo justo; y sonrío. Mi cara también es primavera.
Mi hermano deambula cómo de sábado por la cocina, y yo, frente al café, como de resaca de un otoño que hubiera acabado la noche anterior.
Me muevo entre la espuma de las olas que se forman con la leche muy caliente, sacando la cabeza a veces para respirar, para no ahogarme.
Y me acuerdo, joder, claro que me acuerdo de los cuentos, y de las canciones, y de los bailes en la terraza a las 5 de la tarde como si fueran de la mañana. Vestía de sonrisa de verano, calzaba cervecita en mano, y la mente volaba, volaba a través de los ojos achinados.
Pero ya no, porque escucha, despierta, que ya es primavera.
Que ahora no me da por aguantar la respiración con Sabina, ni por cerrar los ojos con Chaouen, ni por sonreír dándole vueltas a los buenos ratos.
Que ahora los despertares saben a chupitos de absenta y mezcla de piruleta, y qué mareo pensar en el futuro. Y al final, solo es cuestión terminarme el café, porque ¿sabes? 

Ya es primavera…

Luz de flexo


A la luz del flexo los asuntos pendientes desprenden motas de pereza y cansancio.

El ordenador encendido, un bloc de dibujo, miles de papeles y dos velas: solo tengo que abrir la ventana y echar a volar. Me pondré de casco un cuaderno con una goma dada de si; o mejor no me pongo casco; y en las manos un par de folios, y de alas mi imaginación.

La luna me verá aterrizar sobre los portales de la ilusión cuando la noche sea más oscura, a la hora exacta de los gatos negros, a la hora de los atrevimientos.

Me quitaré mi atuendo y te invitaré a una copa, de esas que te hacen volar, en uno de esos bares en los que el rock suena de fondo hasta reventarte el fondo del pecho, en uno de esos días en los que desees comenzar de nuevo. Porque todos tenemos alas, ¿lo sabías? Y a la luz de mi flexo no me queda más que imaginar el día en que los asuntos pendientes no me agarren ni me den alergia, no me cierren la ventana.

(una de esas que tú sabes abrir). 

Horas de tiempo frío


6 horas de sueño en la cama y 19 de sueño en la calle.
Vivo con la hora pegada al culo aunque nunca llevo reloj en la muñeca.
Qué desperdicio las vidas que pierden el tiempo y joder que frío hace en mi casa desde que ya no estás en mi vida.
Me acuesto tiritando todas las noches, aunque me tome cafés calentitos antes de dormir.
Y últimamente me está empezando a caer mal la almohada.
Hay un montón de perros ladrando en mi cabeza, quizá esté de resaca porque no me acuerdo de haber bebido y estoy pensando demasiadas tonterías para ser tan temprano.
Intento leer páginas en blanco, para entender en qué jodido momento decidí dejar de escribir la historia de nuestras vidas. Y siempre el entendimiento es la persiana que se baja cuando pega más el sol.
Son las 21:18 y debería estar estudiando. Debería haber hecho muchas cosas hoy, pero hace demasiado frío es la excusa perfecta (y la más idiota que se me ocurre).
“Mañana, tal vez mañana” es cuando diría todas esas cosas, y me hago la valiente temblándome las piernas, por eso aún no lo he dicho. Porque no me gusta temblar si no es por frío o es cuando tengo un orgasmo.
Acabo de posar mis inquietudes en mi vaso de café, para bebérmelas a cada minuto.
Paso de pedir explicaciones al escaparate que ayer anunciaba que por la mañana habría un alma en oferta de edición limitada y un corazón en rebajas. Paso.
Tengo nervios de tranquilidad y una mirada al frente, dispuesta a coger las armas como vuelvas a robarme el sueño.

lunes, 2 de abril de 2012

Personas con ver(s)bo


Rodearse de los brazos de aquellos que miran simple,
reflejarse en los ojos sin prejuicios,
bailar con sinvergüenzas que se sonrojan,
hablar con los que sueñan libre.

Estremecerse con los que sienten a deshora,
abrazarse a los risa 24-horas,
admirar a los que buscan siempre,
quedarse con los inquietos de mente.

Besar a los que siguen siendo niños,
jugar con los apasionados.

Beber con los que disfrutan de todo,
luchar con los que no se conforman.

Aprender con los que le quitan hierro,
recordar con los de humor tierno,
dormir con quien te quita el sueño,
pensar con el que mira lejos.

Aferrarse a quien asume que no sabe,
volar con los valientes,
sentir con los que miran a los ojos,
sonreír con los más curiosos.

Y al final vivir con ellos,
con las personas ver(s)bo.

Des-vívete


Ven, acércate, empieza a girar.
Más deprisa, vuélvete loco.
Empáchate de vida hasta que tengas de vomitar la muerte por amor.
¿Lo ves? Todo es un ciclo.
Piénsala demasiado.
Y en lugar de cuchillos, clava tus uñas en su espalda.
Desgárrala.
Mírala a los ojos hasta que se prendan.
Desnúdala lento.
Abrázala hasta desgastarla.
Tócala tanto que te duelan las manos.
Cuídala, protégela. No dejes que nadie te la quite.
Sigue girando. Gira con ella.
Muérdela hasta cansarte la boca.
Agótala.
Sonríela cada día, a todas horas.
Ámala con todas tus fuerzas.
Y ahora para. Habrá un día en que pararás.

Así que, cuando seas capaz de hacer esto con tu vida, llámame.

Gatos nevados



El invierno ha acabado por vencer el calor de mis manos. Ha coloreado mi nariz de rojo y mis mejillas, más que nunca si pienso en tu pelo.
Decías que no te gustaba la navidad porque odiabas las mentiras. Que por lo único que te gustaba es porque yo me ponía gorrito. Ya no me enfadaría si me lo vuelves a decir aunque suene triste.
Hace unos años jugábamos con la nieve, y entonces, recuerdo que si te gustaba. Cuando mirábamos las luciérnagas de las calles y me pedías silencio para no asustarlas. Cuando inventabas villancicos obscenos que me hacían reír a carcajadas. Éramos capaces de subir la temperatura a cualquier estación.
Y ahora el invierno, solo es invierno frío que nos hiela por separado las pisadas sin rastro de nieve.
Tu eras el hombre gato, y yo, la mujer poesía. Y sólo desde tu balcón se veían las estrellas de Madrid, y el paraíso adquiría mil formas, y tu sonrisa era la luna de Alicia.
Habrás pisado supongo muchos tejados desde entonces, y en más de uno te habrás resbalado, que nos conocemos. Lo que no sé es si seguirás ronroneando fuera de mis garabatos.
Si cierro los ojos, aún te puedo ver con tu cigarro y pose de chulo, esperando en mi portal, con una bola de árbol de navidad escondida en tu chupa negra, “hace un frío que te cagas, si me das calor te doy un regalo”, y luego me abrazabas.
Tengo tantas deudas con tus brazos como tú con mis lágrimas; y una se me acaba de congelar una mientras termino mi carta a los reyes: este año quiero un nuevo gato, para arañarle; para que me vuelva a gustar la navidad y pueda decorar un nuevo árbol. El mío tiene las bolas descoloridas del frío y acabo de entender, que no me apetece volver a pintarlas.

Zalamero


Corretea por mis venas en la dirección que te plazca; siempre he sabido que eres de verso fácil, zalamero.
Eres deseo latente y un tachón de tinta china en los labios de mucha gente.
Amor barato, pero amor; quién coño fija los precios y las horas de trabajo que tengo que hacer para sellar tu boca.
Me miras, como acaparando la imagen que me queda, rastrojo, como si fuera una chica decente y tú el corazón más limpio.
Que la belleza, sabes, se vuelve trozos de papel alto gramaje guardado en un álbum de fotos. Así que no te preocupes tanto por los ojos que te rodean, que yo todavía te miro con hambre.
Y me hablas tú de libertad, pájaro, zalamero con alas de vidrio; que eso está en la cabeza, ¿comprendes?
Pero si quieres romper la jaula, lo primero va a ser gritar: te propongo un pacto de gemidos, que yo estoy llena de ruido, y tú desafinado. Podemos llenarnos de rock los sentidos hasta el día que me sangren los oídos y tengas que conformarte con una foto que huela a sudores y a intimidad, mientras escuchas música de moda.
Siempre he sabido que eres de verso fácil, zalamero, y no estoy segura de que sepas volar.

Nunca, Sara


Nunca he sido del tipo de personas que cuando llega a la parada el autobús está esperando. Estoy acostumbrada a las puertas en la cara y me intuyo algo propensa a equivocarme de dirección.

Tampoco he sido nunca de las que se le va la fuerza por la boca si no es cantando; a mí se me va por folios, en melodramas silenciosos y noches nerviosas de insomnio.

Nunca he sido de las que llegan a un examen con “de pé a pá” y se dejan mascar en el orgullo de sus éxitos. Soy más bien actriz de improviso y eterna concesión del beneficio de la duda.

Pero tampoco he sido nunca de los que se quedan en casa los días de lluvia por no mojarse. No acostumbro a llevar paraguas cuando lloro.

No soy además de las de doble o nada. Más bien mitad y vale, y quédate con las vueltas que no voy a hacer preguntas ni me lo voy a pensar dos veces.

Y tampoco soy de ducharme templadito antes de entrar en la piscina, ni de meterme poco a poco. Paso de alargar el sufrimiento aunque me provoque un corte de digestión.

Nunca soy, y nunca he sido muchas cosas, que no se a ciencia cierta si algún día seré. Pero siempre he tenido (y nunca lo he dudado) espaldas arqueadas bajo mis brazos que me han hecho no ser lo que nunca he querido, y que han apostado por mis nuncas, aunque nunca me lo hayan dicho.

Asuntos felices a los veintipocos


El exceso de sueños, la falta de preocupación,
la mujer que huele elegante en las escaleras del metro, las mañanas felices durmiendo.
Encontrar un euro en el bolsillo, las conversaciones que ven amanecer,
la cata de cuerpos, los buenos poemas, 
los guiños que ruborizan, la presión de ser joven.
El perrito del parque, los bailes de borrachera, 
las uñas azules, las noches en vela; leyendo.

El olvido del tiempo, las palabras inventadas, 
la ignorancia de la prisa, la paz de un café.
Hacerlo con ganas, las ganas de todo,
semáforo verde y caminos a pie.

Los chupitos de alegría, los viajes precarios,
las risas a deshora, los besos de mamá.
Los planes de repente, la belleza en el espejo,
las cosas que están lejos y se quieren alcanzar.

La inquietud.

El exceso de sueños, la falta de preocupación...y la mujer que huele elegante en las escaleras del metro.