Esto de vivir la vida cíclicamente es algo que nunca he entendido.
A estaciones, subidones, por picos o lunas.
La vida en un constante desequilibrio de sensaciones y ganas, discrepancias contigo mismo del por qué ahora, del cómo estaré mañana. Donde. Sin importar tanto el dónde si el con quien es infinito.
A veces creo que me hago mayor demasiado deprisa, con unos ojos que intentan mirarlo todo en lo más absurdo de la ambición. Con unas manos incansables.Y la luna...
Moverse entre tus deudas y desánimos, queriendo perder el control a la mínima de cambio, a la máxima.
Imponerse a la locura interna de cada uno, y a cada cual sus vicios y deseos.
Respetare desde lo más íntimo de la conciencia.
Me he puesto un juicio por cada paso. Yo. Y he aprendido a trompicones a ser sorda de los ajenos. Cuestión de supervivencia.
Escuchar palabras y no mandatos. Eso sí es amor propio.
Me hago mayor mientras intento sobrevolar los límites de mi vida: eximirme de la rutina de pensamientos porque nada se hace real si antes no es imaginado.
Que al final, fuimos creados para diseñarnos en el desorden natural de las cosas, que unas veces a ciclos; y otras a hostias.
El desorden, el caos, la perfecta imperfección es lo que, después de todo, nos define.
ResponderEliminarEs lo que nos hace humanos.
Bendita imperfección, que tantas veces nos salva.
P.D.: Le he echado un ojo a tu blog, y me encanta. Tienes un nuevo lector.
F.